Para Dios todos es posible.
Dolores de cabeza, vómito y fiebre dieron la alarma de que Génesis no estaba bien. Con desesperación, su madre puso en marcha el automóvil, y con ello también la esperanza de que nada grave estuviera ocurriendo, y la llevó a un centro médico. Tras varios exámenes los doctores no lograban establecer un diagnóstico certero; aunque sí se sospechaba que se podría tratar de la infección viral, transmitida por mosquitos, y que según la Organización Mundial de la Salud cada año ataca a 390 millones de personas en todo el mundo.
Luego de realizar diferentes pruebas, se confirma lo que se temía: Génesis tenía dengue hemorrágico, la fase más severa de esta enfermedad que se encuentra presente en 128 países,
Días van y días vienen; y el dengue en vez de mejorar afecta órganos tan vitales como los riñones y los pulmones. La joven, que meses atrás acaba de celebrar sus 18 años, queda a merced de los siniestros efectos de un virus que se ha adueñado de todo su cuerpo.
Los niveles de trombocitos habían descendido a 20,000 plaquetas por microlitro, cuando lo normal es 150,000. En medio de su batalla contral el dengue, una nueva bacteria se apoderó de sus pulmones, y los doctores tuvieron que conectarla a máquina para que pudiera respirar.
La habitación 407 del área de cuidados intensivos presenta un cuadro bastante contradictorio. Por un lado un grupo de experimentados médicos lucían desesperados y ansiosos ante la evidente gravedad de la salud de Génesis; por otro, y de manera asombrosa, una madre que irradiaba una paz y una confianza que sobrepasa toda compresión humana.
Ella decía una y otra vez: “Yo estoy tranquila, no pretendo que se cumpla mi voluntad. Dios es el que sabe. Si es su voluntad que ella siga con nosotros, sanará; pero si no sucede, yo estaré conforme y agradecida porque él me la prestó por 18 preciosos años”.
Ella decía una y otra vez: “Yo estoy tranquila, no pretendo que se cumpla mi voluntad. Dios es el que sabe. Si es su voluntad que ella siga con nosotros, sanará; pero si no sucede, yo estaré conforme y agradecida porque él me la prestó por 18 preciosos años”.
Sin embargo, esa serenidad y plena seguridad de que la voluntad del Señor prevalecería no le impidió actuar. Oraba sin cesar, y pidió que todo el que la conociera, y hasta quien no la conocían, clamará por la vida de su pequeña.
En el momento más oscuro de su vida, la madre de Génesis se aferró a la palabra de Jesús: “Porque ustedes tienen muy poca fe. Les aseguro que si tuvieran fe, aunque sólo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: ‘Quítate de aquí y vete a otro lugar’, y el cerro se quitaría. Nada les sería imposible”. (Mateo 17:20)
Jueves en la noche, ya han transcurrido tres semanas desde que Génesis había sido ingresada al hospital. Lleva casi una semana en un estado de coma inducido. Los doctores no perciben el más mínimo avance, han perdido las esperanzas. “Le queda muy poco de vida”, dijeron. Pero su madre insistió en mantener la mirada en aquel que todo lo puede. La cadena de oración seguía pidiendo el milagro que Génesis necesitaba.
11:52 de la mañana del viernes, Génesis abre los ojos. Su madre la contempla con la misma ternura y agitación que cuando la vio por primera vez. Los médicos están atónitos y no les quedó más que reconocer: ¡Es un milagro!. Génesis balbucea algunas palabras, reconoce el rostro de su madre.
Ambas lloran de emoción. La desconectaron del ventilador y la neumonía comenzó a mejorar. Alabanzas a Dios se elevan desde un corazón materno agradecido, “Gracias Dios Todopoderoso porque tu voluntad coincidió con la mía”, decía una y otra vez mientras observaba a Génesis.
Ahí estaba el milagro por el cual clamaron tantas personas. He aquí el fruto de la fe de una madre que nunca perdió la confianza en el Médico de los médicos, y le demostró a todo un hospital que “Para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1:37).
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