Sanación, fe y Dios de los milagros

Tenemos un Dios que escucha nuestras oraciones y es poderoso para sanar.

Podemos descansar seguros en la fe de que Dios, que es el Dios de los milagros, escucha nuestras oraciones. Él es un Dios todopoderoso – ni siquiera un gorrión cae a tierra sin su voluntad.
Un hombre que había estado enfermo por treinta y ocho años tomó su lecho y se fue como un hombre sano. (Juan 5: 1-17)
Jesús puso sus dedos en los oídos de un hombre que era sordo y tartamudo. Suspiró y dijo: “¡Sé abierto!”, y se abrieron sus oídos y pudo hablar con claridad. (Marcos 7: 32-35)
Pedro le dijo a un hombre que hacía ocho años estaba paralítico: “¡Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama!” Entonces se levantó de inmediato. (Hechos 9: 32-35)
“Se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo… y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres.” (Hechos 5: 12-15)
Hay muchos ejemplos de sanación en la Biblia. Pero, ¿son estos milagros sólo una cosa del pasado? ¿Sana Dios la enfermedad de las personas? ¿Qué dice la Biblia en realidad sobre la sanación?

Fe en un Dios Todopoderoso

En los primeros días del cristianismo, cuando la Iglesia estaba empezando a construirse, Dios usó milagros como estos para edificar la fe. Pero el denominador común en todos estos milagros radica en una palabra. Fe. Ninguna sanación puede llevarse a cabo sin fe en Dios, que es todopoderoso para salvar. (Sofonías 3:17) Jesús dijo a la mujer que tocó el borde de su manto para ser sanada, “¡Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote!” Marcos 5:34.
Dios es igual de poderoso para sanar en el tiempo que vivimos ahora. “Porque yo Jehová no cambio.” Malaquías 3:6. Por medio de Él está disponible el mismo poder como en el pasado.

Una conciencia pura delante Dios

Santiago escribe: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” Santiago 5:14-16.
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados.” Deja que la luz de Dios brille sobre tu vida. Tú sabes si estás en pureza frente Dios, o si conscientemente ocultas algo por lo que no estás dispuesto a darte por vencido. No puede haber sanación si hay algún pecado oculto. Reconocer el propio pecado y arrepentirse del pecado puede traer sanación. No está escrito que confesar el pecado garantiza sanidad. Tampoco que la confesión es un requisito previo para la sanación. Si hay algo que se interpone en tu relación con Dios, algo que impide a tu espíritu ser puro, entonces debe ser eliminado. Y esto es tan cierto y relevante para el que tiene salud perfecta como para el que está enfermo.
La enfermedad, sin embargo, jamás es un motivo para acusar a alguien por ser injusto, menos a uno mismo. Esto incluye tanto trastornos físicos como mentales. Puedes desgastarte con la pregunta, “¿Por qué Dios me castiga de esta forma? ¿Qué estoy haciendo mal?” Si eres honesto contigo mismo, si te purificas a ti mismo, y si ordenas tus asuntos, entonces todo estará bien.

Dios escucha nuestra oraciones

Dios nos responde cuando oramos. Como seres humanos tenemos que estar reconciliados con el hecho de que no siempre Dios contestará nuestras oraciones de la forma que esperamos. En los versos está escrito: “La oración de fe salvará al enfermo.” La enfermedad nos puede llevar a todo tipo de tentaciones – impaciencia, intranquilidad, ansiedad, quejas, etc. Si utilizamos estas oportunidades para ser salvos de estos pecados, entonces Dios puede hacer una obra en nosotros que no necesariamente se hubiera  llevado a cabo estando sanos. Las pruebas que experimentamos pueden fortalecer nuestra relación con Dios. ¡Y de este modo somos salvos! Salvos del pecado que está en toda la humanidad y que es la mayor enfermedad de todas.
Tenemos un Dios que escucha nuestras oraciones, y que no es indiferente con nosotros. ¡Continúa en la fe! ¡Cree en el Dios de los milagros!
Has sido obediente a lo que está escrito en la carta de Santiago, y las oraciones de fe son ante el rostro de Dios. Él toma estas oraciones en consideración. Pueden remecer el corazón de Dios. Él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Él escucha, y pone atención, y en el tiempo justo obra. Tenemos un Dios que escucha nuestras oraciones, y que no es indiferente con nosotros.
En ocasiones la sanación puede ser instantánea. De las puertas de la muerte a la  plena salud, en un abrir y cerrar de ojos. En otras ocasiones uno ni siquiera alcanza a darse cuenta que la flecha ha comenzado a dar la vuelta desde la enfermedad a la salud. Algunas veces se lleva a cabo un “milagro” por medio de las manos del médico. Pero jamás dudes que Dios ha escuchado tus oraciones. “La oración eficaz del justo puede mucho.” ¡Continúa en la fe! ¡Cree en el Dios de los milagros!
Podemos leer la historia de Ezequías en 2 Reyes 20. Estaba enfermo, y pronto a morir. El profeta Isaías fue con él y le dijo: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás.” Pero Ezequías oró a Dios, y Dios envió a Isaías de vuelta a Ezequías con el mensaje: “Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano… Y añadiré a tus días quince años.” El plan de Dios era que Ezequías muriera, pero sus oraciones conmovieron el corazón de Dios.

Perfecta paz en Dios

Podemos aprender a confiar en Dios en tal grado que estamos en perfecta paz en Él. Dios es  poderoso para salvarnos. De la enfermedad y del pecado, que es la mayor enfermedad de todas.
Cree que en las manos de Dios todo está como debe ser. En enfermedad y salud, esfuérzate en seguir las pisadas de Jesús, y vence sobre el pecado. Utiliza las situaciones que Dios ha dado para ser transformado en la imagen de su Hijo. (Romanos 8:29) ¡Y cuando llegue el momento de volver a casa para estar con Dios, entonces te regocijarás! No es una muerte eterna. ¡Es una vida eterna con el Señor!

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