Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
El perdón es algo de lo más grandioso que tenemos los seres humanos.
Es la posibilidad de reconstruir lo que se había derribado; de lavar lo que se había ensuciado; de sembrar donde se había arrancado, en fin; de nacer de nuevo donde sólo existía la muerte.
El perdon es un don, es decir un regalo, que debemos saber dar a nuestros hermanos, para que así Dios nos lo pueda dar cuando se lo pidamos.
En esta frase del Padre nuestro, analizamos los dos momentos de este maravilloso don del perdón: pedirle perdón a Dios por mis propias faltas y perdonar a aquellos que me han ofendido.
Es la posibilidad de reconstruir lo que se había derribado; de lavar lo que se había ensuciado; de sembrar donde se había arrancado, en fin; de nacer de nuevo donde sólo existía la muerte.
El perdon es un don, es decir un regalo, que debemos saber dar a nuestros hermanos, para que así Dios nos lo pueda dar cuando se lo pidamos.
En esta frase del Padre nuestro, analizamos los dos momentos de este maravilloso don del perdón: pedirle perdón a Dios por mis propias faltas y perdonar a aquellos que me han ofendido.
Perdona nuestras ofensas. Si bien hay pecados colectivos, sin embargo todo comienza en el corazón de cada hombre/mujer individual. El primer paso es reconocer mi propia fragilidad humana, mi propio pecado: “Contra ti yo pequé, cometí la maldad que aborreces”, dice David a Dios después de reconocer su debilidad humana, que manifiesta en el Salmo 50 que él compuso. Antes de querer juzgar a los demás –y de querer sacarles la paja que llevan en el ojo– es necesario que yo me juzgue a mí mismo –y que saque muchas veces la viga que llevo dentro–. En ocasiones tenemos tendencia a ser muy duros con los demás en nuestros juicios, miradas y comentarios, y muy tolerantes y laxistas con nosotros mismos.
El perdón es algo de lo más grandioso que tenemos los seres humanos. Es la posibilidad de reconstruir lo que se había derribado; de lavar lo que se había ensuciado; de sembrardonde se había arrancado.
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Para poder pedirle a Dios que me perdone por la falta que he cometido, es necesario que yo haya perdonado “antes” a aquel/aquella que me ha ofendido. Nosotros mismos decidimos si somos susceptibles de ser perdonados por Dios o no, en la medida que lo hayamos hecho o no con nuestros semejantes. El “como” de la oración es la medida que nosotros mismos pedimos a Dios que nos aplique a nosotros mismos. Al que ama mucho (decía Jesús refiriéndose a la prostituta que le lavaba los pies) se le perdona mucho (Lc. 7, 47). Soy consciente que hay faltas muy grandes y difíciles de ser perdonadas; es en esos casos que sólo el amor de Dios puede venir en nuestro auxilio. Perdonar no es signo de debilidad sino de grandeza; ni cobardía sino de valor. Es experimentar una unión muy grande con Dios que tanto amó al mundo que envío a su único Hijo para que nos viniera a reconciliar con Él y con nosotros mismos.
Oración: “Señor ayúdame a descubrirme necesitado de tu perdón antes de querer perdonar a mis hermanos. Soy un hombre pecador Señor y tú lo sabes bien. Aumenta en mí el amor por mis hermanos, sobre todo por aquellos que me han ofendido; porque sólo perdonándolos a ellos es que Tú mismo me perdonarás a mí.” Amén
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